¿Qué significa educar?
Son muchas las ocasiones que nos dan pie a hablar de educación, y no es para menos. Seguramente muchos coincidiremos en que es un tema de elevada importancia que nos sustenta como individuos y como sociedad. Sin embargo, ¿hemos reflexionado acerca de qué significa educar? La definición, más o menos rigurosa, nos dice que es la acción que promueve el desarrollo de las facultades intelectuales, morales y afectivas de una persona en un marco contextual determinado por la cultura y la sociedad de la que uno forma parte.
A partir de aquí podemos concretar las dos finalidades que formalmente tiene la educación; socializar a las personas y construir una identidad personal. Para alcanzar tales objetivos se requiere de un proceso de aprendizaje que, especialmente en los procesos formales, no puede estar separado del proceso de enseñanza; son dos caras de la misma moneda y debemos considerarlas conjuntamente. Ahora bien, llegados a este punto podemos preguntarnos de qué manera se llevan a cabo los procesos de aprendizaje y cómo podemos influir en ellos.
Seguramente, los aprendizajes que en la mayoría de ocasiones nos vienen a la cabeza cuando hablamos de educación son aquellos que son explícitos o intencionales, los cuales se caracterizan por llevarse a cabo de manera consciente. Esta tipología de aprendizaje se basa en conocimientos organizados de forma compleja y que, por tanto, no se adquieren por simple observación, sino que requieren de una voluntad y un esfuerzo por parte de quien está construyendo su conocimiento. Sin embargo, no debemos ignorar procesos cuyo aprendizaje es implícito o incidental, el cual se caracteriza por no requerir un esfuerzo por parte de quien está aprendiendo, y se lleva a cabo mediante la observación e imitación de la persona. A pesar de producirse de una manera no consciente, este aprendizaje supone la adquisición de saberes fundamentales para socializar y desarrollarse personalmente, y juegan un papel fundamental en la adaptación a nuestro entorno. Entre ellos están caminar o hablar, aunque también podemos incluir otros como los valores o las costumbres.
Todo esto nos puede llevar a pensar que con nuestras acciones más cotidianas, sin tener la voluntad de influir y determinar las conductas ajenas, puede que estemos educando. Esta cuestión nos da pie a un debate interesante en el que preguntarnos qué están aprendiendo las personas de nuestro entorno, especialmente las más jóvenes, y qué papel desempeñamos en las acciones que observan y de las cuales podemos ser partícipes. Es decir, aunque no haya intención, podemos estar promoviendo una serie de valores o prácticas que pueden marcar los aprendizajes de nuevas generaciones. No hace falta convencer mediante la palabra, basta con dar la oportunidad de observar algo que marque el desarrollo personal y social. No educar bajo una intención también implica un aprendizaje, y también debemos considerarlo. Por eso parece adecuado hacer la reflexión acerca de qué es educar para que integremos de forma consciente nuestro potencial educativo.
Alvaro Baurier
Psicólogo de la educación colegiado nº26100